lunes, 28 de noviembre de 2016

Malintzin. La Dama de la Conquista

Malintzin. La Dama de la Conquista
Viviana Yazmín Morales Hernández

La vida da muchos giros. Unos más violentos que otros, pero siempre van uno detrás de otro. Es parte de un destino, de un dibujo terriblemente hermoso que fue diseñado especialmente para ti. Hay cosas para las que estás destinado y no puedes escapar de ellas; pero no todo lo que haces es así.
Mi nombre es Malinalli. Bueno, a decir verdad, mi nombre ha cambiado en numerosas ocasiones desde que se referían a mí de esa manera, pero cuando nací, ese era mi nombre. Malinalli Tenepal, aunque ese último lo agregaron muchos años después, cuando ya casi nadie me conocía de esa forma.
Nací como hija del señor de Paynalla, señorío ubicado en la frontera entre el aplastante imperio Azteca y el maya. Infortunadamente, mi padre, un hombre fuerte y decidido, se negó a pagar un tributo inmenso a los aztecas, por lo que estos lo asesinaron. Mi primer giro: de hija del cacique a huérfana bastarda.
Entonces mi madre se volvió a casar e hizo de otro hombre el nuevo señor de Paynalla. Tuvo un hijo con este hombre, mi hermano menor Topitzin. El trono por derecho de sangre y de edad me pertenecía a mí, sin embargo el favoritismo presentado por mi madre y su nuevo hombre hacia mi hermano los llevo a regalarme a los traficantes de esclavos cuando yo solo tenía seis años. Ese fue mi segundo giro: de princesa a esclava.
Estos hombres me vendieron al cacique de Tabasco. Bajo su mando y viviendo con él fue como aprendí mi segundo idioma: el maya. De esa forma se me enseño a cultivar la lealtad incondicional a la mano que me alimentara.
Mi vida era dura y repleta de trabajo. Era una esclava que no recordaba de su anterior forma de vida sino lo necesario para llorar cada noche. Hasta que un día, llegaron noticias de Centla, avisando la llegada de hombres blancos y barbados en casas flotantes.
Esos hombres pelearon contra mi señor cacique de Tabasco y lo vencieron. Inteligentemente y a diferencia de la mayoría de los otros señoríos atacados, mi señor decidió rendirse y hacer una tregua con ellos. Como corresponde al perdedor en estos casos, mi señor entrego a esos hombres tela fina, comida, oro, joyas, esclavos, y, por supuesto, mujeres. 20 de sus más hermosas y valiosas mujeres, entre las cuales, iba yo.
El capitán de los hombres blancos, de nombre Hernán Cortés, nos distribuyó entre sus soldados, y yo me vi obligada a emparejarme con un tal Alonso Hernández de Puertocarrero, el cual parecía ser el más importante de ellos, si bien no tanto como el capitán. A todos y cada uno de nosotros se nos obligó a pasar por una ceremonia extraña para cambiar de dioses a unos solo. Nuestros nombres también cambiaron. A partir de entonces empecé a ser llamada Marina. Tercer giro: de esclava de un buen hombre a puta del hombre más extraño que había osado imaginar.
Tuve que vivir así con los hombres blancos, sin destacar ni ser ni saber nada. Hasta que un día, dos embajadores del emperador Moctezuma llegaron a reclamar la presencia del capitán de los hombres blancos. Mas nadie comprendió el significado de sus palabras, pues el traductor de Cortés, de nombre Antonio de Aguilar, solo podía hablar el maya y desconocía siquiera la existencia del náhuatl.
Me costó unos segundos de valor, pero sin poder resistir, señalé a Cortés y dije:
-El hombre que ustedes buscan es ese.
A partir de ese momento, el mío dejó de un rostro más de las esclavas. Dejé de ser “la chica de ahí”, “la que le dieron a Alonso”, “una de esas” y el nombre que me dieron empezó a tener utilidad.
Fue entonces cuando Cortés me pidió permanecer fielmente a su lado como su intérprete, junto con Antonio, y ayudarlo en lo que me fuera posible, prometiéndome a cambio, no solo mi libertad, sino también un rango mayor, algo a lo que él se refirió con entusiasmo como “doña”.
Desde entonces añadí el español a mi colección de lenguas. Y resultó tan útil, que pronto Antonio no pudo fungir más que como fraile.
Conocí cada rincón de lo que mi nuevo señor llamaba el Nuevo Mundo, lugares a los que nunca creí volver. Incluso volví a Paynalla, no cómo esclava, no como princesa, no como bastarda, no como hija renegada, sino como la señora del hombre blanco. Mi odio expreso hacia mi madre y el que quiso sustituir a mi padre no era para mi hermano, pues él no tenía culpa de nada, era solo un bebé cuando yo fui apartada de mi hogar. Le rogué a mi señor que no le hicieran daño y él, cómo todo lo que yo pedía, me lo concedió.
Hice a Cortés conocer a todas las culturas, a la gente más influyente.  A menudo decía que sin mí no podría haber hecho nada. Cortés se enamoró de mí y yo le di un hijo: Don Martín Cortés. Un niño mestizo, un hijo de dos tierras. A menudo le ofrecían otras mujeres, pero el amor y el respeto que mi señor me profesaba era tal que las rechazaba a todas o las entregaba a sus hombres.
Cuarto giro: yo ya no era la esclava Malinalli, ya no era la bastarda de Paynalla, la hermana renegada del príncipe Topitzin; ahora yo era Doña Marina, la señora de Cortés.
A través de mi voz, Cortés expresó que los españoles eran aliados y estaban allí para reparar y poner fin a la opresión que nos habían impuesto los aztecas por tanto tiempo. Entonces, los demás señoríos empezaron a verme con más respeto y agregaron a mi nombre el sufijo tzin, usado para referirse a alguien que quieres y admiras mucho, dándome así mi tercer nombre: Malintzin. Entonces y por no saber pronunciar su nombre, a Hernán empezaron a referirse como Malintzin-é, o sea señor de Malintzin. A su vez, los españoles no supieron pronunciar eso y me llamaron por mi cuarto y último nombre: Malinche.
Continué sirviendo a Hernán por muchos años más, fui yo quien facilito todos los tratos con otros señores que querían liberarse de los opresores aztecas, hice que mi señor buscara entre su gente el deseo de mezclarse con nosotros y no de destruirnos. Fui yo quien repitió sus estrategias en numerosas lenguas para forjar una alianza, y quién finalmente entabló su primera entrevista con el emperador Moctezuma. Quinto giro: intérprete entre el emperador más poderoso y el hombre que unificó a los diversos señoríos saqueados por los aztecas.
Al terminar la Conquista, Cortés busco para mí un matrimonio con un teniente de Castilla: Don Juan Jaramillo, con quién tuve mi segunda hija, a la que nombre María.
Me considero una mujer inteligente que ha sabido usar su belleza y sus habilidades a su favor, no soy una prostituta. Le he sido leal al hombre que supo hacerme reina suya y de los suyos.



Infortunadamente, la historia se escribirá de otra manera.