Malintzin.
La Dama de la Conquista
Viviana Yazmín Morales Hernández
La
vida da muchos giros. Unos más violentos que otros, pero siempre van uno detrás
de otro. Es parte de un destino, de un dibujo terriblemente hermoso que fue
diseñado especialmente para ti. Hay cosas para las que estás destinado y no
puedes escapar de ellas; pero no todo lo que haces es así.
Mi
nombre es Malinalli. Bueno, a decir verdad, mi nombre ha cambiado en numerosas
ocasiones desde que se referían a mí de esa manera, pero cuando nací, ese era
mi nombre. Malinalli Tenepal, aunque ese último lo agregaron muchos años
después, cuando ya casi nadie me conocía de esa forma.
Nací
como hija del señor de Paynalla, señorío ubicado en la frontera entre el
aplastante imperio Azteca y el maya. Infortunadamente, mi padre, un hombre
fuerte y decidido, se negó a pagar un tributo inmenso a los aztecas, por lo que
estos lo asesinaron. Mi primer giro: de hija del cacique a huérfana bastarda.
Entonces
mi madre se volvió a casar e hizo de otro hombre el nuevo señor de Paynalla.
Tuvo un hijo con este hombre, mi hermano menor Topitzin. El trono por derecho
de sangre y de edad me pertenecía a mí, sin embargo el favoritismo presentado
por mi madre y su nuevo hombre hacia mi hermano los llevo a regalarme a los
traficantes de esclavos cuando yo solo tenía seis años. Ese fue mi segundo
giro: de princesa a esclava.
Estos
hombres me vendieron al cacique de Tabasco. Bajo su mando y viviendo con él fue
como aprendí mi segundo idioma: el maya. De esa forma se me enseño a cultivar
la lealtad incondicional a la mano que me alimentara.
Mi
vida era dura y repleta de trabajo. Era una esclava que no recordaba de su
anterior forma de vida sino lo necesario para llorar cada noche. Hasta que un
día, llegaron noticias de Centla, avisando la llegada de hombres blancos y
barbados en casas flotantes.
Esos
hombres pelearon contra mi señor cacique de Tabasco y lo vencieron.
Inteligentemente y a diferencia de la mayoría de los otros señoríos atacados,
mi señor decidió rendirse y hacer una tregua con ellos. Como corresponde al
perdedor en estos casos, mi señor entrego a esos hombres tela fina, comida,
oro, joyas, esclavos, y, por supuesto, mujeres. 20 de sus más hermosas y
valiosas mujeres, entre las cuales, iba yo.
El
capitán de los hombres blancos, de nombre Hernán Cortés, nos distribuyó entre
sus soldados, y yo me vi obligada a emparejarme con un tal Alonso Hernández de
Puertocarrero, el cual parecía ser el más importante de ellos, si bien no tanto
como el capitán. A todos y cada uno de nosotros se nos obligó a pasar por una
ceremonia extraña para cambiar de dioses a unos solo. Nuestros nombres también
cambiaron. A partir de entonces empecé a ser llamada Marina. Tercer giro: de
esclava de un buen hombre a puta del hombre más extraño que había osado
imaginar.
Tuve
que vivir así con los hombres blancos, sin destacar ni ser ni saber nada. Hasta
que un día, dos embajadores del emperador Moctezuma llegaron a reclamar la
presencia del capitán de los hombres blancos. Mas nadie comprendió el
significado de sus palabras, pues el traductor de Cortés, de nombre Antonio de
Aguilar, solo podía hablar el maya y desconocía siquiera la existencia del
náhuatl.
Me
costó unos segundos de valor, pero sin poder resistir, señalé a Cortés y dije:
-El
hombre que ustedes buscan es ese.
A
partir de ese momento, el mío dejó de un rostro más de las esclavas. Dejé de
ser “la chica de ahí”, “la que le dieron a Alonso”, “una de esas” y el nombre
que me dieron empezó a tener utilidad.
Fue
entonces cuando Cortés me pidió permanecer fielmente a su lado como su
intérprete, junto con Antonio, y ayudarlo en lo que me fuera posible,
prometiéndome a cambio, no solo mi libertad, sino también un rango mayor, algo
a lo que él se refirió con entusiasmo como “doña”.
Desde
entonces añadí el español a mi colección de lenguas. Y resultó tan útil, que
pronto Antonio no pudo fungir más que como fraile.
Conocí
cada rincón de lo que mi nuevo señor llamaba el Nuevo Mundo, lugares a los que
nunca creí volver. Incluso volví a Paynalla, no cómo esclava, no como princesa,
no como bastarda, no como hija renegada, sino como la señora del hombre blanco.
Mi odio expreso hacia mi madre y el que quiso sustituir a mi padre no era para
mi hermano, pues él no tenía culpa de nada, era solo un bebé cuando yo fui
apartada de mi hogar. Le rogué a mi señor que no le hicieran daño y él, cómo
todo lo que yo pedía, me lo concedió.
Hice
a Cortés conocer a todas las culturas, a la gente más influyente. A menudo decía que sin mí no podría haber
hecho nada. Cortés se enamoró de mí y yo le di un hijo: Don Martín Cortés. Un
niño mestizo, un hijo de dos tierras. A menudo le ofrecían otras mujeres, pero
el amor y el respeto que mi señor me profesaba era tal que las rechazaba a
todas o las entregaba a sus hombres.
Cuarto
giro: yo ya no era la esclava Malinalli, ya no era la bastarda de Paynalla, la
hermana renegada del príncipe Topitzin; ahora yo era Doña Marina, la señora de
Cortés.
A
través de mi voz, Cortés expresó que los españoles eran aliados y estaban allí
para reparar y poner fin a la opresión que nos habían impuesto los aztecas por
tanto tiempo. Entonces, los demás señoríos empezaron a verme con más respeto y
agregaron a mi nombre el sufijo tzin,
usado para referirse a alguien que quieres y admiras mucho, dándome así mi
tercer nombre: Malintzin. Entonces y por no saber pronunciar su nombre, a
Hernán empezaron a referirse como Malintzin-é, o sea señor de Malintzin. A su
vez, los españoles no supieron pronunciar eso y me llamaron por mi cuarto y
último nombre: Malinche.
Continué
sirviendo a Hernán por muchos años más, fui yo quien facilito todos los tratos
con otros señores que querían liberarse de los opresores aztecas, hice que mi
señor buscara entre su gente el deseo de mezclarse con nosotros y no de
destruirnos. Fui yo quien repitió sus estrategias en numerosas lenguas para
forjar una alianza, y quién finalmente entabló su primera entrevista con el
emperador Moctezuma. Quinto giro: intérprete entre el emperador más poderoso y
el hombre que unificó a los diversos señoríos saqueados por los aztecas.
Al
terminar la Conquista, Cortés busco para mí un matrimonio con un teniente de
Castilla: Don Juan Jaramillo, con quién tuve mi segunda hija, a la que nombre
María.
Me
considero una mujer inteligente que ha sabido usar su belleza y sus habilidades
a su favor, no soy una prostituta. Le he sido leal al hombre que supo hacerme
reina suya y de los suyos.
Infortunadamente,
la historia se escribirá de otra manera.